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Una tentativa de ese acompañamiento pueden ser las conversaciones en torno a las obras, bien sean individuales del lector en su intervención con el texto –subrayando, comentando, compartiendo…– o corales dentro de clubes de lectura que impliquen fuertes dosis de empatía, capacidad crítica para desentrañar los mensajes del autor, abriendo un espacio entre la lectura silenciosa y la lectura social, en la que entre todos se alcanza a entender mejor el esqueleto de ideas que sostenían las palabras.

Ya lo dijo el mejicano Gabriel Zaid: “La cultura es conversación. Pero escribir, leer, editar, imprimir, distribuir, catalogar, reseñar, pueden ser leña al fuego de esa conversación, formas de animarla. Hasta se pudiera decir que publicar un libro es ponerlo en medio de una conversación, que organizar una editorial, una librería, una biblioteca, es organizar una conversación. Una conversación que nace, como debe ser, de la tertulia local; pero que se abre, como debe ser, a todos los lugares y a todos los tiempos”


Desde su aparición hace siglo y medio, las bibliotecas se convirtieron en cruce de destinos de todos los que, sin pertenecer a grupos exclusivos, reconocían en la lectura el modo de acceder a un mejor conocimiento del mundo, esto es, de sí mismos y del tiempo que les tocaba vivir. La biblioteca pública era instrumento de transformación personal —y, por lo tanto, social— en su condición de mediadora entre la persona y el conocimiento.

Esa función central de mediación sobre la que se ha sostenido hasta ahora y que ha sido la base sólida y casi inalterable que le ha permitido ejercer su papel sin grandes turbulencias, ha entrado en crisis en la coyuntura del cambio que ha supuesto la expansión del paradigma digital, elemento que ha trastocado la realidad y que en su evolución ha introducido la incertidumbre en el papel reservado en el futuro —en el presente, ya— a la biblioteca en el ámbito de la lectura.

En este escenario de nuevas relaciones —iniciáticas a día de hoy, y por lo tanto en constante y rápida evolución— con el lector, la biblioteca ha de encontrar capacidad de adaptación para instaurar lazos que establezcan nudos estables y actuales que renueven su función, esto es, acciones acordes con esa nueva realidad que susciten atracción en el gesto del lector y retengan ese papel mediador que constituye su esencia, pero instalado ahora en una especie de acompañamiento desubicado que ampare y proteja al lector en la vasta llanura sin límites que ha abierto internet.

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