Además el entorno digital añade barreras nuevas en el acceso a la lectura y a todas las potencialidades que la tecnología permite en la intervención con el texto por parte del lector y su capacidad para compartir aquello que está leyendo. Los soportes de lectura digital (ordenadores, tabletas, smartphones, ereaders...), los requisitos de seguridad de los editores y las normas de las bibliotecas hacen que la lectura digital sea compleja en su arranque, esté lejos de un solo clic y obligue a la biblioteca a acompañar esos momentos iniciales de puesta a punto que reduzcan al mínimo las dificultades de sincronización de dispositivos y plataformas para que el lector se pueda centrar en lo que realmente le interesa: leer y compartir.
No todo son ventajas en la aceleración y expansión de los recursos digitales como nueva superficie en la que los lectores se mueven con más y mejores posibilidades, pero en una buena medida sin códigos de orientación que guíen sus movimientos hacia una mejor experiencia y aprovechamiento de su incursión lectora. Que se pueda acceder de tantas maneras a tantos libros con tanta facilidad, sin una mano que señale puntos en el recorrido, puede llevar al lector a la ceguera por deslumbramiento de aquellas lecturas que han de servirle para construir su persona, su buen gusto, su ubicación social y su satisfacción vital.